Murió Gerardo Rozín, un conductor cálido y eficaz que, principalmente, sabía escuchar
Se definía a sí mismo como “rosarino, judío, de Central, periodista y productor”. Esta noche se confirmó su muerte luego de luchar contra una grave enfermedad. Se despide temprano con tan sólo 51 años.
Se crio en el séptimo piso del número 1669 de la calle 9 de Julio de Rosario. El dato no hay que buscarlo demasiado. Se puede encontrar en cualquier entrevista que haya dado. Lo repetía con orgullo. Era su lugar en el mundo. Siempre que podía volvía a Rosario, el lugar más lindo del mundo cómo solía decir.
Nació el 18 de junio de 1970 en el Hospital Británico de Rosario. En su casa de infancia no sobraba nada. Y a veces hasta faltaba algo. Pero él fue feliz. Sus padres se separaron cuando él era chico en una época en que eso no era frecuente. Su madre era la típica Idishe Mame, sobreprotectora y omnipresente. “Mi papá también fue un padre presente, pero yo me crie muy pegado a mi vieja, y participaba más de ese mundo. La vi a mi vieja trabajar en guardias en inmobiliarias, agencia de publicidad, llevando avisos al diario La Capital. La vi hacer tortas y venderlas, la vi en una heladería, la vi al frente de una empresa familiar, la vi hacer guita al frente de una empresa familiar, la vi empresaria, la vi laboralmente de muchas maneras”, contó alguna vez.
Su educación fue estatal y estaba muy agradecido a ella. La primaria la hizo en el Mariano Moreno de su ciudad (“No fui al Moreno. Soy del Moreno”) y el secundario en la Escuela Superior de Comercio.
Alguna vez, en esos años, mientras veía la serie Quincy creyó que cuando fuera grande quería emular a su protagonista y convertirse en anatomopatólogo, mezclar la ciencia con lo detectivesco. Pero muy pronto descubrió que también lo fascinaban otras series, otros programas, los noticieros. Lo que le gustaba era la televisión. En el secundario junto a un amigo se preocupó por lo que era, por esos días, el tema del momento. Lo que había pasado durante la Dictadura y, en especial por su peor consecuencia, los desaparecidos. En tiempos sin internet, necesitó saber quiénes habían desaparecido en su ciudad. Así, antes de la Conadep, hizo esa pesquisa local preguntando a un kiosquero, que lo remitía a un vecino, que le pasaba el nombre de un almacenero que le hablaba finalmente de un militante secuestrado. Esa lista escrita a mano, con letra adolescente, en una hoja número tres de un repuesto Rivadavia fue aportada a las organizaciones de Derechos Humanos en los meses previos al triunfo de Alfonsín. Fue periodista antes de ser consciente de que lo era.
Con 12 años a él no le llamaban la atención El Tony, D’Artagnan o cualquier otra revista de historietas de la escudería Columba. El Gerardo que dejaba la niñez leía la Revista Humor con fascinación. Sus primeros trabajos fueron como redactor publicitario. Luego transitó varias redacciones rosarinas. Se hizo un nombre en la gráfica de su ciudad. Se destacó en Rosario/12. Pasada la mitad de la década del noventa le llegó lo que el nombró (y vivió) como el exilio, el llamado desde Buenos Aires; la atracción de un medio nacional. Dejó Rosario tras un trabajo mejor, que significaba también un desafío mayor: ser editor en el flamante diario Perfil. Pero la aventura, se sabe, duró poco. Luego llegó el llamado para trabajar en la producción de un nuevo programa de Nicolás Repetto. La propuesta parecía muerta antes de empezar. El sábado a la noche era un horario televisivo opaco, casi residual; la audiencia era escasa. Pero Repetto con su mesa enorme en U, el corchito, las secciones híper producidas y la pregunta animal provocó una pequeña revolución y lideró el rating. Gerardo Rozín no sólo oficiaba de productor. También tenía un rol delante de las cámaras. Como co-equiper no se sentaba al lado del conductor. Su lugar, extraño, era en una de las puntas de la mesa. Y eso no era para hacer un movimiento de pinzas que envolviera al invitado entre preguntas de Repetto y su compañero. Tenía una explicación mucho más prosaica. Hacía pocos meses que Gerardo se había quedado completamente sordo de un oído: el stress de la experiencia fallida en el diario porteño le dejó esa secuela permanente. Y esa, la del extremo, era la única posición desde la que podía escuchar bien al resto, con su oído bueno hacia la mesa sabatina. El intento (exitoso) para salvar la audición del otro oído incluyó un estricto tratamiento con corticoides que lo hizo aumentar más de treinta kilos sobre su peso habitual. Así su primera experiencia delante de cámaras fue en uno de los programas más exitosos, acostumbrándose a la pérdida de audición y con un aspecto físico con el que no se sentía cómodo. Pero eso no lo amedrentó. La pregunta animal se convirtió en una marca registrada.
Gerardo Rozín, que se definía como rosarino, judío, de Central, periodista y productor, se despide temprano, con tan sólo 51 años. Esta muerte (muy) prematura provoca el dolor de la pérdida de alguien que todavía tenía mucho para entregar, con la energía creativa para diseñar proyectos novedosos. Y también la tristeza por reconocer que Rozín era uno de esos que no abundan: por su inteligencia, por sus modos, por su búsqueda, por el merecido cariño y fidelidad que el público le profesaba. Pero, por otra parte, al repasar su trayectoria descubrimos que en las últimas décadas su actividad fue muy prolífica y productiva, que no tuvo cuentas pendientes en su profesión.
Gerardo Rozín fue un gran productor televisivo, un conductor improbable, cálido y eficaz. Alguien que tenía virtudes que están escaseando: pensaba, trabajaba con pasión, reía y, principalmente, sabía escuchar.
Fuente: Infobae